la maldición de la rosa

La Maldición de La Rosa

Inicia el viaje

Este relato titulado ¨La Maldición de La Rosa¨ es una historia antigua, pero te la comparto aquí mientras escribo para mí misma. Es probable que en la actualidad haya poca creencia en las maldiciones, pero estas existen, aunque no de la forma que la mayoría esperaría. Yo tampoco creía en las maldiciones hasta que me encontré con el caso de una mujer a la que le alquilaba una habitación en mi posada.

La maldición puede ser parte del mal decir, pero estar aferrada a un hombre que solo te usó y desechó lo es también. Esta es la historia de la obstinación de una mujer enferma de ¨amor¨ y obsesión. Por tanto comencé a escribir… salían solas las letras.

En aquel entonces, vivía en un pueblo colonial desde el cual, en su entrada, se divisaba un sinfín de techos rojos, junto con sus caminos despejados y su aparente calma. Era un pueblo como cualquier otro. Tenía allí, justo después de la puerta de entrada, una posada pequeña que podía alojar a un máximo de 15 personas.

La posada era un legado de mis padres y había regresado a mis manos después de la muerte de mi antiguo esposo, a quien detestaba. Su desgracia había sido mi bendición. Sin embargo, a diferencia de mí, Runia, la protagonista de esta historia, era una mujer con pensamientos muy distintos.


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En ese momento, solo habían pasado tres años desde que regresé al pueblo y Runia me había suplicado por una habitación para ella. Era una mujer de gran belleza, con cabello rubio y ojos del color del cielo. Nadie hubiera imaginado que alguien así sería capaz de hacer tanto para ser “amada”.

No lo pensé mucho en ese momento, simplemente me preguntaba cómo alguien como ella podía estar completamente sola, era extraño. Pero pronto descubriría la razón.

Con el tiempo, noté que siempre seguía desesperadamente al cartero. A través de rumores sobre ella, me enteré de que su prometido estaba en la guerra territorial y que llevaba más de 4 años sin escribirle una sola carta.

Sin embargo, un día la vi llorar de felicidad. Su prometido había regresado finalmente de la guerra y, según había escuchado, había sido condecorado como un héroe por sus numerosos méritos en batalla. Runia tomó su mejor vestido y se decoró más bella que nunca, ese día en particular llovía como si el cielo fuera a caerse.

Ese día se desencadenó una gran discusión en la plazoleta del pueblo. Frente a ella, erguido como su príncipe azul, se encontraba su prometido, tal como ella le llamaba. Su mirada estaba más turbia que el agua cayendo sobre el lodo. El caballero, empapado de agua y remordimiento, solo la contemplaba… Intentaba convencerla…

El caballero era indudablemente un hombre atractivo, a pesar de que parecía estar muy fuera de sí ese día. La guerra parecía haber dejado rastros indelebles en él. Tenía una figura corpulenta y bien formada, era alto, de cabello negro y ojos grises afilados. Sin embargo, su mirada tal vez era lo más llamativo: una mirada ardiente llena de voluntad.

Por eso mismo, creo que sabía claramente lo que le diría a Runia. Era probable que otra mujer fuera dueña de esa mirada, y por eso era particularmente misteriosa. Entonces, escuché:

“Runia, estoy enamorado de otra mujer y me casé con ella hace unos días. Sé que esta noticia es impactante. Pero pensé que tú también te habías casado con otra persona, además, no nos conocíamos muy bien. Leyda me salvó la vida, cuidó de mí cuando estuve enfermo durante mucho tiempo y, sinceramente, me he enamorado de ella. Quería decírtelo personalmente antes de que alguien empezara a inventar rumores”, terminó diciendo el joven caballero fríamente.

Runia miró al hombre con el odio más profundo que había sentido jamás. Su mirada reflejaba una intensidad tan fuerte que lo único que pudo decir fue: “Tranquilo, Diego. Sé que te irá bien. Sé feliz”. -Esbozando una falsa sonrisa.

El caballero no esperaba esa reacción, pero su instinto, afilado por años en el campo de batalla, le advertía que se había adentrado en la guarida de la bestia más feroz.

Unas horas después. Ese día, Runia regresó a la posada y la vi por un momento, sentí miedo. Tenía la expresión de un psicópata. Por eso, me resultó imposible dejar de mirarla. Aún recuerdo claramente su horrible rostro ese día.

Así pasó el tiempo, llegué a escuchar que el joven Diego había traído a su esposa al pueblo para vivir de forma permanente. Su esposa ya estaba embarazada de su primer hijo, tenía solo algunos meses. No podía ni imaginar el resentimiento de Runia ante toda esa situación.

Después de romper con su prometido, se encerró en su habitación durante mucho tiempo y de vez en cuando solo la veía comprando rosas. Era inesperado que le gustaran las rosas, no parecía el tipo de mujer que disfrutara siquiera del viento que soplaba.

Por lo tanto, un día, presencié una escena que me dejó escalofríos por lo extraña que era. Runia estaba alegremente hablando con Leyda, la esposa de Diego, quien no había pasado mucho tiempo desde que dio a luz en un parto complicado. De repente, se encontraban juntas en la posada, parecían haberse vuelto muy amigas, pero la atmósfera era extraña. A pesar de todo, Leyda era la única que no parecía tener la menor sospecha de nada.

Pensé que todo finalmente había quedado en el pasado y decidí ignorar mi intuición.

Antes de que la reunión terminara, Runia me comentó que ya no necesitaría más la habitación y que se iría de viaje por un largo tiempo, mientras su amiga la miraba con tristeza.

Con un tono de voz dulce, como si hablara con una niña, Runia le entregó a Leyda una botella de cristal con una rosa roja dentro. Con ternura, le dijo:

“Amiga, espero que me recuerdes con este regalo. No olvides seguir mis instrucciones para que la rosa se mantenga por más tiempo en la botella. Te quiero.” Y solo con eso salió de la posada llevando consigo solo una maleta y nada más.

A lo lejos, mientras Leyda observaba la rosa con gran entusiasmo, Runia volteó su rostro con una sonrisa aterradora. Sentí un frío extraño recorrer mi cuerpo. Aunque era difícil de creer, me alegré un poco de que ya no estuviera en la posada, ella me daba miedo.

Después de la partida de Runia, Leyda empezó a sufrir de tristeza.

Todos pensaban que extrañaba a su amiga y admiraban cómo la había acompañado con tanta amabilidad a pesar de ser la causante de la ruptura de su compromiso. Sin embargo, algo era misterioso: nadie había vuelto a saber nada de Runia, y Leyda comenzaba a mostrar signos de inestabilidad.

En un momento, me pregunté si Leyda no era más joven que Runia, ya que parecía estar envejeciendo a un ritmo acelerado.

Luego de ese día comencé a escuchar que en la casa de Diego no paraban de ir todo tipo de médicos y especialistas de salud. Todos sabían que gracias a la guerra se había convertido en un hombre muy adinerado. Pero ante los ojos de todos parecía estar dilapidando sus recursos en médicos por una razón desconocida.

Un día, como muchas otras personas del pueblo, me acerqué un momento a la casa y así, observando por la ventana de la habitación de Leyda, vi algo que hasta el día de hoy me conmueve.

Leyda se encontraba a cargo de una anciana que hacía las veces de enfermera, y por allí también estaba su hijo, ya de unos 10 años, que jugaba de forma peculiar con unos muñecos. Me dije: ‘Vaya, el tiempo ha pasado rápido’. Sin embargo, Leyda se veía destruida; ya no tenía cabello y le quedaban solo unos dientes.

Todos decían que moriría pronto. Aparentemente había sido víctima de una terrible enfermedad. Sin embargo, ya cuando me retiraba de esa escena tan deprimente, vi una botella de cristal con una rosa fulgurante, el adorno más llamativo de la habitación. Para mi sorpresa, la rosa parecía emitir un resplandor prácticamente sobrenatural, luciendo ahora más roja y radiante que nunca. Por un momento, pensé que solo estaba viendo cosas y que sería mejor dejar ese tema atrás.

Sin embargo, recordé que Runia y yo compartíamos una profunda sensación de resentimiento, era lo único en lo que éramos parecidas.

Por tanto, cuando volví a ver la rosa, estaba segura de que lucía aún más hermosa que cuando ella se la había dado a Leyda. En ese instante, recordé a mi abuela y me pregunté si habrían conjurado un hechizo para causar su muerte, explicando así la desconocida enfermedad que la aquejaba. Mi abuela solía contarme historias sobre magia y maldiciones, algunas realmente aterradoras. Como los médicos no habían dado con nada, solo me quedaba pensar en lo que la ciencia no podía explicar.

Luego de unos segundos, a pesar de la sensación perturbadora que sentía, me dije a mí misma que siempre me había molestado la relación de Runia con Leyda y por eso actuaba de esa manera. Tal vez me veía reflejada en ella, ya que siempre odié a las amantes de mi esposo, a pesar de no sentir nada por él. Ser irrespetada y tratada como un objeto me hacía sentir así. Aunque la situación de Runia había sido peor, me sorprendía que simplemente se hubiera ido sin hacer más en apariencia. Ya que ni yo misma lo hubiese hecho.

Con el transcurso de las estaciones, llegó su último invierno. Sombrío y monocromático como la mujer joven. No parecía haber vida en sus antes cálidas mejillas. Su rostro lucía reseco, su melena rubí era parte del pasado; la alopecia la había condenado a la soledad en su cuarto. Sus manos ahora eran huesudas, sin ninguna línea marcada.

Diego, por su lado, pasaba sus tardes de las caballerizas a la recámara, con la desesperación que no le permitía encontrar tranquilidad en ningún lugar. Las marcas de la guerra palidecían en comparación con lo marcada que estaba su vida por la degeneración de su esposa, su familia y su legado. Ni la fortuna invertida en médicos ni la más cruel de las guerras le brindarían lo que tanto anhelaba: la cura de su amada mujer, el bien más preciado de todos.

Un día, finalmente, luego de que Diego se hundió en deudas buscando soluciones.

Me enteré de la muerte de Leyda. Pensé: “Pobre mujer, por fin ha descansado en paz”. Observé durante mucho tiempo el retrato finamente dibujado que habían colocado en su velorio; sin duda, había sido una mujer hermosa. El color rubí de su ondulada melena, bien peinada, era interesante, tanto como el obsequio que alguna vez le dio esa mujer.

Durante ese frío invierno tras la muerte de Leyda, pude notar cómo muchas mujeres del pueblo intentaban llamar la atención de Diego. A pesar de la desgracia que había atravesado, seguía luciendo aún más atractivo que antes, aunque sus ojos reflejaban un vacío infinito y unas profundas ojeras negras se dibujaban debajo de ellos. Para algunas mujeres, esta situación lo hacía aún más atractivo. La pérdida de sus antiguas riquezas lo había vuelto más accesible en la mente de muchas.

Sin embargo, él no volvió a ser visto con ninguna mujer. Se había vuelto amargado y solía tratar con rudeza a cualquiera que intentara acercarse. Pasaba la mayor parte del tiempo en la tasca de mi posada fumando y bebiendo alcohol, acabando lentamente a través de los vicios, al igual que su esposa.

Me resultaba increíble cómo tal desgracia había caído sobre él.

Por un momento llegué a pensar que se lo merecía por lo que le había hecho a Runia, pero no, ¿acaso esto era demasiado malo como para ser solo una simple casualidad?

Así fueron pasando más años y me fui haciendo amiga de la anciana que cuidaba a Leyda, quien ahora parecía cuidar a la distancia a Diego. En nuestra amistad, me enteré de detalles que me resultaban difíciles de imaginar.

Descubrí que la anciana había sido la nana de Leyda, cuidándola desde su nacimiento debido al fallecimiento de su madre durante el parto. Me reveló que, a pesar de su belleza, Leyda era muy insegura de sí misma y nunca consideró a Runia como amiga; al contrario, la envidiaba profundamente y deseaba alejarla de su esposo.

La anciana confesó haber visitado a Runia en múltiples ocasiones para instarla a abandonar el pueblo, llegando incluso a darle dinero. La joven no soportaba a Runia, temiendo que su esposo la tomara como amante si ella permanecía soltera en el lugar.

Las palabras de mi amiga me desconcertaban, hasta que un día reuní la valentía de preguntarle sobre el regalo: la rosa dentro de la botella. Con amargura, la anciana recordó que había suplicado innumerables veces a Leyda que dejara en paz a esa mujer.

Sin embargo, mientras más la veía, más obsesionada se volvía Leyda, llegando al extremo de considerarla su amiga con la esperanza de alejarla de su esposo. Ideas descabelladas rondaban su mente, sin percatarse de que su esposo solo tenía ojos para ella. Su única obsesión era asegurarse de que la “otra” se marchara a toda costa.

Mientras Leyda estaba convencida de que Diego la abandonaría, mi joven señora descubrió un supuesto regalo antiguo que su esposo le había dado a Runia: una rosa dentro de una botella de cristal. Leyda pensó que, por lo tanto, no debería recibir ningún regalo de parte de su esposo. Lo más triste, según me contaba la anciana, era que nadie podía confirmar que ese regalo realmente lo había dado Diego a Runia. La anciana, con una sonrisa de compasión, mencionaba que su señor Diego era un tanto cruel y no sabía expresar sus sentimientos lo suficiente como para dar regalos tan “románticos”.

La anciana concluyó su relato mencionando que la misma Leyda había llevado la rosa dentro de la botella a su hogar y presenció cómo su señora se había cortado ligeramente un dedo para añadir unas gotas de sangre a la rosa. Según la anciana, Leyda estaba realizando un hechizo para asegurarse de que Diego nunca pudiera estar con otra mujer.

También me dijo: “Amiga, no estoy segura de si ese hechizo realmente funcionó. A veces pienso que sí, pero creo que el precio que pagó fue demasiado alto”, reflexionó la anciana. Ella sostenía que cualquier magia relacionada con las emociones de alguien no debía utilizarse en un hechizo. Según ella, todos tenemos la capacidad de hacer magia, pero a menudo pensamos que es complicado o ni siquiera creemos en su existencia, por lo que nunca nos atrevemos a cambiar nuestra realidad a través de ella. Sin embargo, cuando se utiliza incorrectamente, los resultados siempre son evidentes.

Y así, como un suspiro, pasaron varios años desde la muerte de Leyda. Me enteré de que la anciana había arrojado la rosa al río y no quería volver a ver algo así. Aunque pensé que ya no tenía mucho sentido haberlo hecho, sin duda era mejor que no estuviera.

Por otro lado, el hijo de Leyda, cada vez más parecido a su padre en la plenitud de la juventud, frecuentaba la taberna con una sonrisa melancólica, como si estuviera tratando de dejar algo atrás. Tenía los ojos esmeralda de su madre y era realmente llamativo. Mucha gente acudía a mi posada solo para verlo leer sin que él se diera cuenta.

Me di cuenta de que leía muchas cartas y que éstas siempre llegaban los viernes al final de la tarde. Pensé que seguramente estaba encantado con alguna dama, ya que tenía una sonrisa radiante al leerlas.

Poco después, Diego, más sombrío que nunca, comenzó a viajar con frecuencia, dejando a su hijo casi siempre solo.

Un día, sucedió lo impensable: volví a ver a Runia en el pueblo.

Alquiló la misma habitación en la posada como de costumbre y me sonrió con picardía. Si antes era simplemente una mujer bonita, ahora era deslumbrante. A pesar de tener más de 40 años, no aparentaba esa edad en absoluto. Vestía con elegancia e irradiaba magnetismo. Hablaba con calma, lejos de la impaciencia que solía mostrar esperando a su prometido.

Pero lo sorprendente no fue solo su regreso, sino su relación con Daniel, el hijo de Leyda. Era evidente que eran amantes y que Daniel solo tenía ojos para ella. Antes de que su padre regresara de sus viajes, Daniel y Runia se casaron, a pesar de la marcada diferencia de edad que existía entre ellos, generando críticas en todo el pueblo y rechazo. Sin embargo, a Daniel no le importaba la opinión de los demás.

Cuando regresó su padre, este rechazó la relación de su hijo y lo echó de casa, pero Runia parecía disfrutar de la situación, mostrándose feliz y realizada. Vivieron juntos un tiempo en la habitación alquilada hasta que decidieron regresar al país de origen de Runia. Al partir del pueblo, Runia estaba embarazada de Daniel.

En ese país lejano, Diego se convirtió en abuelo de una niña muy parecida a Leyda. No podía creer lo desafortunada que había sido su vida y un día, en la posada, me comentó:

“Siempre me he preguntado por qué mi esposa temía tanto que la engañara con otras mujeres. Además, esa botella extraña ni siquiera me permitía tocarla. Me sorprendió su pregunta y le respondí impulsivamente: ‘¿No fuiste tú quien le dio esa rosa tan extraña a Runia?’

“Yo nunca le daría algo así. Ni siquiera me gustan mucho las flores. Siempre que quise darle detalles a Runia, le decía directamente que los comprara ella. En un momento pensé que estaba enamorado de ella, pero simplemente no podíamos estar juntos. Sé que lo que hice fue malo, muy malo. Tal vez estoy pagando por todo eso. Pero ahora me resulta difícil creer en algo”, confesó Diego.

Al escucharlo, quedé impactada y le dije: “Pero tenía entendido que usted le había dado ese regalo”.

Diego me miró con hostilidad en sus profundos ojos grises y me respondió: “¿Quién te dijo que yo le di ese regalo para que estés tan segura? Eso es falso”.

Le pedí disculpas a Diego y le mencioné que Leyda estaba convencida de que él le había dado el regalo, por eso recibió la rosa de Runia y se la llevó a casa.

En ese momento, Diego abrió los ojos, visiblemente enfurecido, y me espetó: “¿Cómo que ella le dio un regalo mío a Leyda? Eso es imposible”.

Runia se marchó pocos días después a otro país.

Todo debió de haber sido una ilusión. Entonces, le pregunté a Diego quién era la anciana que cuidaba a Leyda, pero él me miró como si estuviera hablando con una loca y me dijo: “Disculpa, creo que no estás bien. En mi casa nunca ha estado ninguna anciana. Leyda vino sola a este pueblo y al final de su vida yo la tuve que cuidar y atender porque no me quedaban recursos suficientes para pagar una enfermera”.

Al escuchar eso, mi mundo se desmoronó. No podía ser posible. Cuando Diego se fue, pregunté a todos en el pueblo sobre la anciana y nadie la había visto, solo yo. Entonces, ¿qué significaban esas ocasiones en las que la anciana había ido a pedirle a Runia que se marchara? Todos decían que ella se había ido del pueblo pocos días después. Estaba segura de haberla visto durante un año completo más antes de su partida.

Consternada, corrí hacia el río donde solía encontrarse la anciana contemplando la luna. Habíamos compartido innumerables noches juntas.

Al llegar, me encontré con una figura aterradora que sonreía de manera escalofriante, y un poco más allá divisé una piedra que guardaba las pertenencias de Runia. Grité con todas mis fuerzas, pero nadie parecía escucharme, me faltaban las fuerzas.

De repente, la figura de la anciana se hizo clara de nuevo y en sus ojos vi reflejada a la antigua Runia, con una impotencia desgarradora. Su mirada ahora estaba desolada por la desesperación. Era solo un espectro que había vendido su alma en busca de venganza, condenada a una maldición.

El alma de Runia había quedado atrapada eternamente en la rosa, y lo que ahora habitaba su cuerpo era algo que ya no era humano. No sabría cómo describirlo, pero definitivamente no era ella.

Entonces, la anciana, mostrando sus dientes podridos y sujetando mi mano, me preguntó: “¿Encuentras mis palabras oscuras? La oscuridad reside en nuestras almas. ¿No lo crees?

Nota para el lector

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Nereida

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Soy Nereida, el representante de los tres miembros que conforman MirallSafir. También tenemos una web de tarot llamada letrasantiguas.com, que te invito a visitar para que te nutras con los conocimientos que allí encontrarás. Espero que tu experiencia en MirallSafir sea grata y te ayude a sumergirte más en este mundo misterioso de los sueños.

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